Sala de Exposiciones de la Biblioteca Municipal Lope de Vega.
Hasta el 3 de Noviembre
Dos grandes cuadernos presiden la sala de exposición. Dos inmensos cartapacios dignos del discreto amanuense que Juan puede llegar a ser. Descansan en la blanca superficie de una gran tabla suspensa sobre caballetes: vaca de portentosas ubres que esperan las manos de otros viajeros. Los cuadernos se acompañan de obra mural, acuarelas que cuelgan de las paredes sin soporte, sin marco, despojadas, espiritualizadas, descarnadas; así cuelgan los colores, diría incluso que los sabores y olores de la India ,y la estancia se impregna e impregna al visitante.
A Juan no le importa confesarse heredero de la tradición viajera de los decimonónicos. No me extraña, supura por sus textos, sus fotografías, sus dibujos y acuarelas la misma voluptuosa sensibilidad. Las almas sensibles son así ¡que le vamos a hacer! y se repiten a pesar de los tiempos.
Pero hay un componente clásico que pesa y posa en las acuarelas de Juan. La importancia arquitectural del dibujo, que acaso -la trayectoria artística de Juan, ya lo sabemos, es tan larga como loable- viene a poner un nuevo oriente en su pintura. Antaño el dibujo era un extraño disimulo absorbido por la abstracción, lo imperante. El color, los juegos de matices, sombras, transparencias, venían a diluir la línea. Ahora la linea no sólo persiste, insiste, queda como el pilar sobre el que se suspende todo accidente.
La India es un accidente, las cosas de la India son accidentales, viene a decirnos en cierto modo Juan, lo son hasta que quedan posadas en el alma que las contempla. Los toques de color, los rayados, las sombras de estas acuarelas, hablan a las claras no de lo instantáneo, de la inmediatez con que nos contagian, hablan de lo pasajero, de lo frugal que ha quedado en estas pinturas. Estos cuadernos que ahora se nos permite contemplar, son los cofres, los cofrecillos en que las accidentalidades se guardan para deleite y usufructo de visitadores. Y esto es lo que ocurre, digo, con el dibujo, el dibujo soporta esas materias evanescentes, las solidifica, actúa de soporte esencial. No hay que limitarse a disfrutar el Juan Sánchez de lo impreciso y sugerente, de lo evanescente, de lo repleto de sensibilidad, del sutil Juan Sánchez, sino que hay que ponerle disfrute también a la sólida y fluida linea, hay que sacarle jugo a esta vivencia arquitectural sólida, que a Juan le ha despertado la India y que va cobrando nuevo sentido en su pintura. Yo os animo a disfrutar de los olores, sabores e imágenes de la India, y a guardaros algo de estas sensaciones en vuestro vademécum personal. ¿Cómo? Seguid la linea.
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