MIAO. Monstrua Internacional de Arte Oblicuo.
De Viernes 16 de Noviembre a Viernes 30 de Noviembre.
LA EXPRESIÓN EXPRESA.
A estas alturas, en que ser expresionista puede tener un ligero aire de trasnochado, amar en la pintura lo que hay más allá de ella es poco menos que un reto. Y digo amar más allá de ella no en el sentido conceptual y concienzudo, tan de moda ahora, sino en el de ir más allá en lo visceral, en lo irracional, en sobrepasarse a la hora de sacarle a la mancha partido, un partido sentiente, nada o muy poco intelectual. Esto es la pintura de Emilio Cerezo, una pintura poco intelectual, pero muy franca, muy directa; retadora, eso es, muy de higadillo.
Y claro, el espectador podrá intuir lo mucho que aquí hay de baconiano, es decir, de Bacon; A lo mejor le falta el gran formato, con lo cual la obra sería ya en exceso explosiva, porque fuerza no le falta. A lo mejor le sobra franqueza, a lo mejor renuncia a la difuminación figurativa, incluso puede que falte algo del retorcimiento pictórico del dublinés, pero es una pintura de poso, una pintura molesta, discordante e intrigante a un tiempo. Sí tal vez como las películas de Cronenberg
Emilio Cerezo que aún campea por debajo de los treinta añitos tiene un poso vital -y me refiero a su pintura en exclusivo- de marcada raigambre. Es lo que alimenta su arte. Por lo demás descarga todo este impulso vital en la pincelada que se arrastra y recrea, que chorrea y recompone, que rompe y escupe. Se recrea en la zafiedad humana, en su deformidad, en su contrabelleza, acaso lo humano de verdad, tocado de víscera, es decir, de higadillo. Psicología y físico matrimonian en lo feo, lo repulsivo, lo en exceso expresivo. Tendente al monócromo, tendente pues a la concentración de las sensaciones en la mancha, en la forma deformada, la pintura de Emilio no es pintura de forma, sino de contrahechura; de contrahumanismo, de contraacademia.
Pues eso, la expresión expresa.
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